¡Expropiarlo todo!

God’s Man, Lynd Ward (1929)

El 23 de febrero del 2020, el gobierno municipal congeló los alquileres en la capital alemana durante cinco años a fin de frenar la subida de los precios de la vivienda.

El 25 de marzo del 2021, el Tribunal Constitucional Federal tomo la decisión de declarar inconstitucional la ley que regulaba y limitaba el precio y las subidas de los alquileres en Berlín, aludiendo que el estado de Berlín no tiene competencia para legislar al respecto. La ley, declarada inconstitucional, afectaba a todas las viviendas que no fueran de alquiler social y hubieran sido construidas antes de 2014, unos 1,5 millones, prohibiendo durante 5 años el aumento del alquiler e imponiendo bajadas retroactivas en los alquileres considerados abusivos, aplicando un precio de referencia y sanciones de hasta 500.000 euros para aquellos propietarios que no respetasen la norma.

El aumento imparable de la vivienda viene siendo provocado por la creciente importancia del sector inmobiliario en el crecimiento del capital global. El sector inmobiliario, que representa el 60% de los activos mundiales, es el que está configurando el espacio urbano a fin de generar más beneficios. Lo que ha provocado desde julio de 2015 hasta finales del 2019, según los datos que maneja la inmobiliaria Guthmann, un incremento del 36% del precio medio del alquiler en la capital alemana. Ante esta oleada de especulación, los activistas y vecinos berlineses se plantearon como solución la expropiación de viviendas a los grandes propietarios. Para evitar que la vivienda siga la lógica del Mercado y de esta manera poder recuperar la ciudad.

Con este objetivo se inició la campaña de iniciativa ciudadana «Expropiar Deutsche Wohnen & Co» (DWE), una consulta no vinculante a favor de la incautación de más de 200.000 viviendas contra uno de los principales tenedores de la ciudad, pero no el único. Para poder realizar la votación en Berlín, los organizadores del referéndum tuvieron que recolectar 175.000 firmas válidas, escritas a mano y totalmente verificadas. De este referéndum realizado un domingo de setiembre (26/09/21) cabe destacar que más del 25% de los electores de Berlín, un requisito obligatorio difícil de cumplir que ha hecho fracasar otras campañas populares, votaron por el sí. La propuesta fue aprobada con un rotundo 59,1%, más de un millón de personas votaron a favor de la expropiación, lo que da a la medida un poderoso apoyo popular y pone de manifiesto la gran problemática provocada por la especulación y el precio de la vivienda en Berlín.

El proceso de expropiación forzosa se realizaría sobre aquellas viviendas en manos de las empresas inmobiliarias privadas que posean más de 3.000 inmuebles en propiedad, lo que  afectaría principalmente a Deutsche Wohnen, propietaria de unas 113.000 viviendas de la ciudad, pero también perjudicaría a otras empresas como Vonovia, que intentó comprar Deutsche Wohnen (juntas dispondrían de 500.000 viviendas en Alemania), y el Grupo Pears. Otra es la empresa sueca Heimstaden, que anunció la noche de la votación que acababa de comprar 14.000 nuevas viviendas en Berlín.

Sin embargo, como es de suponer, el contundente apoyo popular no significa que la expropiación de esas empresas vaya a hacerse realidad. Siguen existiendo enormes barreras legales y políticas. El referéndum no es legalmente vinculante y la propuesta solo se convertirá en ley si los partidos gobernantes en el ejecutivo de Berlín deciden hacerlo. La coalición de izquierdas formada por el SPD, los Verdes y el partido de la izquierda Die Linke están muy divididos respecto a hacer efectivo el resultado del referéndum. Die Linke lo apoya, en el proceso de recogida de firmas formó sus propios equipos y entregó a DWE 30.000 firmas, mientras que los Verdes mostraron apoyos parciales o apoyos  condicionales rodeados de “peros”. El SPD, con Franziska Giffey al frente como la primera mujer alcaldesa de Berlín, se ha pronunciado enérgicamente contra la idea: «Para mí, el tema de la expropiación es ya una línea roja. No quiero vivir en una ciudad que envíe la señal: aquí se expropia». El SPD, al igual que los principales partidos de la oposición se oponen.

No obstante, los organizadores del referéndum reaccionaron en las redes sociales con comprensible alegría ante el resultado: «La mayoría de los berlineses con derecho a voto han optado por la socialización de los grandes grupos inmobiliarios y, por tanto, en contra de la especulación con la vivienda». La iniciativa de expropiación contempla que el Ayuntamiento adquiera con dinero público alrededor de 150.000 viviendas, la indemnización se situaría «muy por debajo del valor de mercado», a precio de tasación y no a precio de mercado, y la administración de las propiedades contaría con una «participación democrática mayoritaria de las sociedad urbana y los inquilinos».

Hasta primeros del año pasado (2022), la iniciativa de expropiación se fue desinflando hasta que el SPD de Berlín, contrariamente a lo anunciado por Franziska Giffey, decidió seguir adelante con la ley de expropiación al contar con el visto bueno del 65% de los delegados en la conferencia estatal del partido. Para ello el SPD y Los Verdes se sacaron de la manga una comisión de expertos que debería valorar si el referéndum era viable –escollo jurídico que se ya estaba resuelto desde septiembre de 2019. La comisión de expertos se formó el 29 de marzo de 2022 con 13 personas a sugerencia de partidos y del propio movimiento DWE y tiene el plazo de un año para presentar una propuesta al ejecutivo berlinés. Según la prensa “el escepticismo es generalizado y dentro de DWE ya se habla de preparar un segundo referéndum, esta vez vinculante, es decir, presentando el proyecto de ley para que sea votado por la ciudadanía. No es de extrañar, teniendo en cuenta que se rechazó la propuesta de DWE de que no hubiera miembros ni lobbystas vinculados a las inmobiliarias. Además, el trabajo de la comisión ha sido denunciado en muchas ocasiones por su opacidad”.

Actualmente el movimiento de la vivienda y DWE, no parece tan activo como en el período 2018-2021 cuando cientos de miles de personas salieron a las calles con su chaleco morado* contra “la locura del alquiler” Mietenwahnsinn, y cuando en cada esquina activistas de DWE recogían cientos de miles de firmas. Sin embargo, la crisis económica derivada del aumento exorbitado del alquiler, de los gastos de calefacción y energéticos y la inflación general que tritura los salarios, está reactivando la lucha en Alemania con manifestaciones como las de Umverteilen! (“Redistribución”), que bajo el grito «Son ricos porque somos pobres», agrupa a una cincuentena de grupos sociales de izquierda al margen de los partidos con representación parlamentaria. Expresiones que ponen de relieve el malestar y la rabia de la vida social que pueden empujar de nuevo el movimiento de la vivienda.

* “Tenemos que permanecer activos. Tenemos que estar vigilantes para ver qué sucede y reaccionar a tiempo”. Así es como termina el documental Start wearing purple, dirigida por Müge Süer y Hendrik Kintschner, sobre el movimiento berlinés DWE, cuyo título hace referencia al color de los chalecos de los activistas por la expropiación de la vivienda.

Por nuestra parte, os ofrecemos a continuación la traducción del texto «Expropiarlo todo» que publicó Jacob Blumenfeld en el 2019, y que nos parece de rabiosa actualidad…

¡Expropiarlo todo!

Nuestro barrio no su beneficio

Es un sábado inusualmente cálido en Berlín, si es que tiene sentido seguir llamando «inusual» al tiempo. Me levanto temprano, leo un poco, escribo unos correos, cambio unos pañales y salgo para reunirme con unos amigos en el café antes de la gran manifestación. La protesta contra la «indecencia de los alquileres» o Mietwahnsinn es una manifestación anual de decenas de miles de berlineses en Alexanderplatz que se reúnen para denunciar a viva voz el aumento aparentemente imparable de los alquileres en la capital alemana. Como la mayoría de las grandes protestas, parece una fiesta. Paseando por la Karl-Marx-Allee, un enorme bulevar construido al estilo estalinista en Berlín Este, 40.000 seres humanos palpitan al ritmo de la música: jóvenes, mayores, padres, compañeros de piso, compañeros de trabajo, estudiantes, inquilinos y activistas, todos unidos en un desorden común, como en un concierto itinerante, gritando contra los propietarios- tiburones, el alto coste de la vida y, sobre todo, la expropiación. La palabra está en boca de todos, particularmente en los cargos municipales, los grandes propietarios y empresas inmobiliarias, los inquilinos en apuros y de cualquiera que haya leído el periódico, visto las noticias o paseado por las calles, donde abundan los carteles, pancartas y pintadas pidiendo la expropiación de Deutsche Wohnen & Co. En la mayoría de las ciudades, estas consignas radicales se ignorarían o se tacharían de fantasías infantiles de una franja ultraizquierdista. Pero aquí no. La exigencia de expropiar a los mayores propietarios con ánimo de lucro de Berlín –en otras palabras, de socializar más de 200.000 pisos privados– es una propuesta seria que, de hecho, puede llevarse a cabo. ¿Cómo ha ocurrido?

Estado inmobiliario

Las ciudades de todo el mundo se están ahogando con una afluencia de capital excedente ligada a una disminución de las inversiones productivas. Los superbeneficios de las finanzas especulativas captadas por el 0,000001% no pueden permanecer ociosos en los bancos de interés cero o morirán prematuramente. Como un cáncer, el capital debe circular, reproducirse y expandirse para seguir existiendo. Lo hace encontrando nuevas líneas de inversión, concretamente comprando, comerciando y vendiendo mercancías, fuerza de trabajo y medios de producción, mudando su piel por el camino en dinero, acciones, mercancías, títulos, salarios, intereses, rentas y beneficios. Pero con el agotamiento mundial de las tasas de beneficio en la industria manufacturera, se necesitan nuevos vertederos para lavar los petabytes de capital exprimidos de la piel de la clase obrera mundial. Aquí, el valor de la propiedad privada reaparece en todo su esplendor. «La propiedad inmobiliaria mundial vale ahora 217 billones de dólares», escribe el geógrafo urbano Samuel Stein, «36 veces el valor de todo el oro jamás extraído. Constituye el 60% de los activos mundiales, y la inmensa mayoría de esa riqueza –aproximadamente el 75%– está en la vivienda»[i]. El rendimiento de la inversión inmobiliaria es seguro, estable y una ganga. Así que cuando los fondos especulativos, las empresas de capital, los bancos de inversión y otras asociaciones sádicas de nuestra burguesía que derrite la tierra necesitan un lavabo en el que defecar sus excedentes de riqueza, siempre pueden encontrar uno en casas, apartamentos, oficinas, edificios y terrenos; en general, los hábitats de vida y de trabajo de los seres humanos. A su vez, aquellos que no pueden hacer frente a la espiral de costes de comprar o alquilar un espacio estable en la tierra por el simple placer de existir en tres dimensiones, esas personas son despreciadas, desahuciadas, abandonadas, dejadas para unirse a la población excedente flotante, trasladándose de aquí para allá, dondequiera que el precio de la propiedad les permita respirar.

En Capital City (2019), el nuevo libro esencial de Samuel Stein sobre gentrificación, bienes raíces y planificación urbana, la lógica de esta dinámica queda al descubierto:

La creciente centralidad del sector inmobiliario urbano es la fuerza subyacente en la estrategia de crecimiento global del capital. A través de este proceso, el precio del suelo se convierte en un determinante económico central y en una cuestión política dominante. El torpe término «gentrificación» se convierte en una palabra familiar y el desplazamiento en una banalidad cotidiana. La vivienda se convierte en un activo financiero comercializado a escala mundial, creando las condiciones para burbujas y colapsos sincronizados. El gobierno, especialmente a nivel municipal, se obsesiona cada vez más en aumentar el valor de la propiedad y redistribuir la riqueza hacia arriba a través del suelo y los alquileres. El promotor inmobiliario Donald Trump se convierte primero en una celebridad y finalmente en presidente. En conjunto, asistimos al auge de un Estado inmobiliario, una formación política en la que el capital inmobiliario ejerce una influencia desmesurada sobre la forma de nuestras ciudades, los parámetros de nuestra política y las vidas que llevamos.[ii]

Las razones del auge del Estado inmobiliario son complejas, pero sobre todo tienen que ver con la desindustrialización (o mejor dicho, la reestructuración industrial), que debilita el control del capital industrial sobre las ciudades (y su interés por mantener el suelo y la vivienda baratos para sus trabajadores y edificios), y refuerza el poder del capital inmobiliario sobre la planificación urbana (y su interés por aumentar el valor de las propiedades a toda costa).[iii]

Además, la caída de la tasa de ganancia en las industrias productivas lleva a más y más capitalistas a buscar tasas más altas de rendimiento en activos más seguros, como los bienes raíces. La desregulación financiera de la propiedad privada juega otro papel, permitiendo que las casas sean negociadas como acciones, agrupadas en paquetes de inversión, vendidas y revendidas al mejor postor. Las viviendas se convierten, ante todo, en una fuente de riqueza y sólo de forma secundaria en una forma de vivienda. Además de eso, la flexibilización cuantitativa crea liquidez masiva para los bancos, y ese dinero no se destina a «crear empleos», sino directamente a activos duros, como la tierra y la propiedad. Los valores inmobiliarios están explotando, con burbujas en la parte superior de burbujas a punto de estallar. En otras palabras, no es simplemente una falta de oferta que causa una sobrevaloración masiva de los precios de la propiedad, sino una demanda hiperinflada de vivienda, proveniente de un almacén global de capital excedente, respaldado legalmente por intereses de clase que trabajan directamente contra ti.[iv]

La propiedad inmobiliaria es hoy la forma preeminente de riqueza, es nuestro oro. Quien posee el título de propiedad, cosecha un rendimiento exclusivo del trabajo, el valor y la especulación de esa tierra. Como los derechos de propiedad se heredan, esa riqueza también se hereda. Pero la riqueza inmobiliaria no sólo se transmite a la siguiente generación, sino que se utiliza como base para más acumulación, más expansión, más riqueza. Como todo el mundo sabe pero nadie debe decir, la mejor manera de tener propiedades es nacer en una familia que tenga propiedades. En una economía capitalista, el propósito de poseer un hogar, una casa, un edificio, un apartamento o un terreno no es ni la necesidad a la que sirve ni el uso que tiene, sino el valor que representa. «Mientras la tierra no esté controlada socialmente», proclama Stein, «quienes posean propiedades, capital y acceso al poder determinarán las prioridades de planificación».[v]

La tarea está clara: para poder llevar una vida digna en nuestras ciudades sin miedo al desplazamiento o la indigencia, hay que enfrentarse frontalmente al poder de la propiedad.

Gentrificación y antigentrificación en Berlín

«Las fuerzas de la propiedad presentan dos opciones para las ciudades: aburguesamiento o desinversión».[vi] ¿Qué es el aburguesamiento? Gentrificación significa simplemente la mejora del espacio urbano para el capital. Es, como dice Ipsita Chatterjee: «el robo del espacio al trabajo y su conversión en espacios de beneficio».[vii] En otras palabras, la gentrificación da nombre al implacable asalto a los barrios obreros por parte de una combinación de capital inmobiliario, gobierno municipal y urbanistas, todos los cuales consideran que el aumento del valor de la propiedad es la condición sine qua non de la política urbana. No es simplemente un producto de turistas, artistas, hipsters o cualquier otro grupo que uno considere responsable en ese momento. Por supuesto, la producción de la mercancía vivienda carecería de valor sin su consumo. Sin una venta, el valor de una mercancía no se realiza. Pero un enfoque de la gentrificación basado en el consumo es lamentablemente unilateral, ya que confunde el efecto con la causa. La lógica de la inversión, desinversión y reinversión en las ciudades no está impulsada principalmente por los consumidores de moda, sino por el valor potencial que los promotores, políticos y terratenientes pueden obtener transformando el espacio urbano en territorio apto para «gente adinerada». Dicho de otro modo:

Por simple elección o por fuerza, los planificadores utilizan la gentrificación para crear los entornos físicos necesarios para que prospere el capital. Es el proceso por el que las ciudades buscan capital y el capital busca suelo. El resultado final es una ciudad controlada por banqueros y promotores, dirigida como una empresa, diseñada como un producto de lujo y planificada por el sector financiero. Lo que era público se convierte en privado; lo que era común se convierte en cerrado; lo que era barato se convierte en caro; lo que era compartido se convierte en objeto de comercio. A través del Estado inmobiliario, la ciudad se aburguesa. A través del aburguesamiento, la ciudad se vuelve neoliberal.[viii]

En Berlín se han desplegado diversas tácticas para frenar esta embestida: frenesí en la construcción, freno a los alquileres, compras públicas, ocupaciones de viviendas, acciones con pintadas, destrozo de escaparates, espantar a los yuppies, presión política, planificación urbanística… pero nada de esto ha frenado la explosión de los alquileres y la especulación inmobiliaria.[ix] ¿Por qué eran tan bajos los alquileres hace poco y por qué se han acelerado finalmente? La explicación sencilla es que hace 15 años, cuando la población estaba estancada o en declive y cientos de miles de pisos estaban vacíos, el gobierno municipal decidió vender vastas franjas de viviendas públicas a empresas privadas para aliviar su déficit. Y ahora, Berlín es «cool», atrayendo nuevos residentes y nuevos empleos a un ritmo demasiado rápido para que la ciudad pueda asumirlo.[x] En resumen, la demanda supera a la oferta. Para resolver el problema, se afirma, basta con construir más casas.

Ahora bien, es cierto que la población ha aumentado rápidamente, pero también lo ha hecho la construcción. «En los 12 meses anteriores a marzo de 2019», escribe el periodista Feargus O’Sullivan, «el número de nuevos contratos de construcción aumentó un 11,3%». Además, el aumento de la población y de la demanda no conlleva automáticamente gentrificación, condominios de lujo, megafusiones inmobiliarias, desplazamientos, desahucios, etcétera. La pregunta es: ¿por qué ahora Berlín es atractiva? Para entenderlo, hay que tener en cuenta la transición prevista de un periodo de desinversión a otro de reinversión. La «demanda» de viviendas no sólo procede de los trabajadores que necesitan casas para vivir, como valor de uso, sino de los accionistas que necesitan casas para invertir, como valor de cambio.[xi] El sector inmobiliario es la lavandería de los excedentes de capital, no sólo para los inversores locales y extranjeros, sino también para los bancos y empresas que poseen miles de millones de dólares y euros cuantitativamente desahogados. ¿Qué hacer entonces?

El año pasado, Google compró parte de un antiguo edificio industrial en el centro del barrio berlinés de Kreuzberg, en rápido proceso de gentrificación, y planeó convertirlo en un «campus» para start-ups. Fue una decisión inteligente. Últimamente, los inversores de capital riesgo rondan Berlín como buitres en busca de nuevas empresas magras que devorar. (Si oyes o ves las palabras «innovar», «coworking», «aceleradora», «unicornio», «pivotar», «compartir», «gig», «incubar», «pop-up» o «disrumpir» por tu ciudad, es que se acerca el fin). Sin embargo, a muchos habitantes de la ciudad no les pareció buena idea la perspectiva de que los ricos tecnócratas se pasearan por el canal con sus bolsos de diseño y sus AirPods de comercio justo. Saben lo que les ocurre a las ciudades que se postran ante el altar del capital riesgo: aumento de la desigualdad, éxodo, alquileres más altos, empleos informales, cultura homogeneizada y una creciente población excedente. Así que la gente contraatacó con asambleas vecinales, grupos de trabajo, manifestaciones callejeras, entrevistas en los medios de comunicación, campañas de presión política y todo tipo de acciones directas, que culminaron con una ruidosa ocupación del propio edificio, que fue desalojado a la fuerza por la policía.[xii] Después de eso, Google decidió retirarse del proyecto, dejando el espacio a las organizaciones comunitarias. La gente ganó… y sin embargo, la tendencia continúa.[xiii]

Más recientemente, activistas locales consiguieron bloquear la construcción de un albergue en la calle Skalitzer Straße de Kreuzberg, obligando al propietario y al ayuntamiento a aceptar un uso más «social» del espacio. En otro caso, los miembros de una oficina de izquierdas gestionada colectivamente en Lausitzer Straße han intentado impedir que el propietario (el Grupo Taekker) venda por millones el edificio a otro inversor. Algunos vecinos acudieron a las oficinas del propietario en Berlín, y otros incluso fueron a Dinamarca para enfrentarse a la empresa. También se pusieron en contacto con residentes de otros edificios propiedad de la misma empresa para crear una red de solidaridad en defensa de esos espacios. Y en mayo de este año, un grupo anónimo de vándalos urbanos llevó a cabo una acción creativa para poner de relieve el papel perjudicial de AirBnB y los alquileres turísticos para la ciudad asequible. “Abrieron» un alquiler de AirBnB como galería de arte temporal con exposiciones de mapas de viviendas, historias de personas desplazadas y pintadas junto a la bañera y la cama llenas de eslóganes tomados de las calles.[xiv]

Cuando un propietario de un edificio quiere vender su parque de viviendas a otra empresa o persona, la ciudad de Berlín tiene el «derecho de tanteo», para comprar primero la propiedad y mantenerla en manos públicas como vivienda asequible o para otros usos sociales. Esto no ocurre tan a menudo como para frenar el ritmo del aumento de los alquileres, pero tampoco es infrecuente, y últimamente va en aumento.[xv] El derecho de tanteo y retracto es una herramienta que puede utilizarse para desmercantilizar la vivienda, pero como exige comprar primero la propiedad a valor de mercado, presupone una economía municipal en crecimiento. Este es el dilema: para redistribuir la riqueza, primero debe haber suficiente riqueza para redistribuir, y para que haya suficiente riqueza, la economía debe crecer, lo que significa más privatización de los bienes públicos, más explotación del trabajo vivo, más desinversión en bienestar social y más exenciones fiscales para el sector privado. En resumen, significa más aburguesamiento. Detener la gentrificación por medio de la gentrificación probablemente no va a funcionar. Pero hay otra opción. Como ya sabía Engels en 1872, «la escasez de viviendas puede remediarse inmediatamente expropiando una parte de las viviendas de lujo pertenecientes a las clases propietarias y mediante el acantonamiento obligatorio en la parte restante».[xvi] ¿Por qué no expropiar?

Expropiar

La demanda actual de expropiación va dirigida contra los mayores propietarios con ánimo de lucro de Berlín, los megaarrendadores, aquellos que poseen más de 3.000 pisos. El objetivo público es Deutsche Wohnen & Co, que posee unos 111.500 pisos en Berlín, pero hay otros (como Vonovia, Akelius, Pears) con potencialmente 294.000 pisos en juego.[xvii] Según la Ley Fundamental alemana (artículos 14 y 15), el Gobierno tendría que indemnizar a las empresas por la expropiación de sus propiedades a un tipo que equilibre el interés público y el coste privado. Las estimaciones oscilan entre 7.000 y 36.000 millones de euros (Berlín tiene actualmente una deuda de 58.000 millones de euros). Entonces, ¿merece la pena? ¿A quién pertenecerían entonces los pisos: a la ciudad, al Estado, a los residentes? ¿Y cómo funcionaría?[xviii]

La propuesta de expropiar a los grandes propietarios tiene que llegar primero a las urnas. Para ello hay que seguir varios pasos: los activistas tienen que recoger 20.000 firmas para iniciar el proceso (algo que ya casi han hecho), luego reunir otras 170.000 firmas en un periodo de cuatro meses; después, con la papeleta del referéndum, tendrían que ganar por mayoría simple, con un 25% de votantes con derecho a voto. Después de eso, el Senado de la ciudad está obligado a hacer algo, pero incluso entonces, no está garantizado que vayan a seguir adelante. Podrían llegar a algún tipo de compromiso, suavizando la demanda de expropiación con la promesa de construir más viviendas asequibles o imponer una congelación temporal de los alquileres. Incluso si la ciudad aprieta el gatillo y expropia a los megapropietarios, lo más probable es que se impugne en los tribunales. Sin embargo, en Alemania existe una base jurídica para expropiar propiedades para el bien público: la Ley Fundamental (Grundgesetz). El artículo 14 establece:

1) La propiedad y el derecho de herencia estarán garantizados. Su contenido y límites serán definidos por las leyes.

2) La propiedad conlleva obligaciones. Su uso debe servir también al bien público.

3) La expropiación sólo será admisible por causa de utilidad pública. Sólo podrá ser ordenada por o en virtud de una ley que determine la naturaleza y el alcance de la indemnización. Dicha indemnización se determinará estableciendo un equilibrio equitativo entre el interés público y los intereses de los afectados. En caso de litigio sobre la cuantía de la indemnización, se podrá recurrir a los tribunales ordinarios.

«La propiedad conlleva obligaciones» –¿Qué obligaciones y con quién? ¿Y si no se cumplen esas obligaciones? «Su uso deberá servir también al bien público» –la propiedad privada de la tierra, de los recursos naturales y de los medios de producción, ¿sirve realmente al bien público, satisface las necesidades de los individuos? Si no es así, ¿qué debemos hacer al respecto? «La expropiación sólo será admisible por causa de utilidad pública»: si es de utilidad pública que todo el mundo lleve una vida digna y tenga cubiertas necesidades básicas como la alimentación, el vestido y la vivienda, la expropiación con ese fin no sólo parece adecuada, sino necesaria. El artículo 15 dice:

Las tierras, los recursos naturales y los medios de producción podrán ser transferidos, con fines de socialización [Vergesellschaftung], a la propiedad pública o a otras formas de empresa pública mediante una ley que determine la naturaleza y el alcance de la compensación. Con respecto a dicha compensación se aplicarán mutatis mutandis los parágrafos (3) del Artículo 14.

«Con fines de socialización» –esta es la frase clave de la que se ha apoderado la campaña de Deutsche Wohnen & Co Enteignen, una frase que nunca antes se había puesto en práctica en Alemania. Todo depende de cómo se interprete el término clave Vergesellschaftung. ¿Significa nacionalización o socialización? Si significa nacionalización, entonces el Estado se hace cargo de la propiedad y la gestiona como la vivienda social, el transporte público, el seguro nacional de enfermedad, el ejército, etc.; si significa socialización, entonces son los inquilinos, la comunidad local, la organización sin ánimo de lucro, el fideicomiso de tierras o algún otro organismo serían los propietarios y la gestionarían ellos mismos. En resumen, ¿las casas expropiadas deberían pertenecer a quienes viven en ellas, las usan y las necesitan? –¿o deberían pertenecer al Estado en su conjunto, que es quien compra en primer lugar las propiedades? O tal vez signifique que la tierra, los recursos naturales y los medios de producción pueden expropiarse y desmercantilizarse legítimamente cuando la propia sociedad necesita socializarse. Si ese es el caso, entonces debe hacerse pronto.

La campaña de expropiación de los megapropietarios es positiva para la ciudad, y ya está ahuyentando a algunos inversores (aunque no lo suficiente). Pero se desconocen los resultados de tal medida. Los críticos sostienen que la expropiación en sí misma no creará nuevos pisos: «sólo» cambiará el título de propiedad de alrededor del 12% del parque de viviendas, que pasará de ser privado a público. Además, los alquileres de los grandes propietarios no superan la media del resto de la ciudad; la ciudad de Berlín tendrá que desembolsar miles de millones de euros a estos propietarios, dinero que de otro modo podría destinarse a construir nuevas viviendas sociales; y no hay ninguna garantía de que las expropiaciones estabilicen los alquileres de las viviendas privadas o públicas. Sin embargo, contra esto se puede oponer que la privatización de la vivienda social tampoco creó nuevos pisos y, sin embargo, esa política es elogiada por los mismos apologistas del mercado que denuncian la expropiación. Los que piden la expropiación quieren ayudar a los inquilinos que tienen dificultades en este momento, que están amenazados de ser expulsados y necesitan apoyo.[xix] Y quieren señalar a otros inversores, empresas inmobiliarias, políticos y propietarios que esta ciudad no está en venta.

Si la vivienda es realmente un derecho humano, como proclaman tantas declaraciones y convenciones universales, entonces no puede ser también una mercancía. Para que la vivienda satisfaga realmente las necesidades públicas y no la riqueza privada, entonces no puede producirse ni distribuirse según el dictado de los precios de mercado. Para detener la expropiación de nuestra vida cotidiana, hay que expropiar la propiedad, aquí y ahora. Pero, como deja claro el artículo 15, ¿por qué detenerse en la vivienda? ¿Por qué no ir hasta el final, incluyendo «la tierra, los recursos naturales y los medios de producción»? ¿Por qué no expropiarlo todo? Los capitalistas lo saben todo sobre expropiación. El desarrollo capitalista se basa en la expropiación de la tierra a los pequeños agricultores, un proceso violento y prolongado a lo largo de generaciones y continentes que dejó a los individuos sin propiedad, dependientes para satisfacer sus necesidades, de la venta a otros de su capacidad de trabajo. Sin la expropiación de la tierra, nadie necesitaría perseguir rentas, empleos y dinero para poder sobrevivir. Si el principio de la acumulación capitalista reside en la expropiación de las masas por unos pocos, entonces el fin de nuestra miseria actual reside en la expropiación de unos pocos por las masas. Esto es lo que Marx llama la «transformación de la propiedad privada capitalista, que ya descansa prácticamente sobre la producción socializada, en propiedad socializada».[xx] El propio capitalismo prepara el camino para socializar la propiedad al socializar ya la producción. Para Marx, ésta es la salida inminente de nuestra situación actual:

La centralización de los medios de producción y la socialización del trabajo llegan a un punto en que se vuelven incompatibles con su tegumento capitalista. Esta envoltura se rompe. Suena la campana de la propiedad privada capitalista. Los expropiadores son expropiados.[xxi]

Pero, ¿quién expropiará a los expropiadores? ¿Y cómo? Como documenta Oliver Nachtwey en su aleccionador libro Germany’s Hidden Crisis (La crisis oculta de Alemania, 2018), vivimos un periodo de modernización regresiva, un cambio del empleo fijo a condiciones laborales informales, un periodo de movilidad descendente enmascarada a través del aumento del empleo en trabajos inestables, a tiempo parcial y mal pagados. La crisis de la reproducción social, de la incapacidad de satisfacer las propias necesidades, no va a desaparecer por sí sola. Las luchas sociales surgen aquí y allá, pero no existe una clase organizada lo suficientemente fuerte como para forzar la expropiación de la riqueza privada «con fines de socialización». Sin embargo, para frenar el deslizamiento hacia la barbarie, hay que enfrentarse a la cuestión de la propiedad. «El objetivo», escribe Samuel Stein, «no es abolir la propiedad per se, sino deshacer las relaciones sociales que producen la propiedad privada capitalista».[xxii] Una forma de deshacer las relaciones de propiedad específicas que dominan nuestras vidas es expropiar esas relaciones, y no sólo en la vivienda, sino en el transporte, la alimentación, la energía, la educación, la crianza de los hijos, el trabajo –todas las esferas de la vida en las que la propiedad de nuestro futuro ha sido arrebatada y entregada a la soberanía del «mercado». O, como sostiene Daniel Loick en The Abuse of Property (2016), tal vez el problema de la propiedad privada hoy en día no sea su mala distribución, sino la forma misma de hacer apropiables cosas como la vivienda. ¿Qué significaría ir más allá de un mundo en el que las cosas siempre parecen pertenecer a alguien o a otro y, en cambio, pueden existir simplemente para su uso, para satisfacer necesidades, para crear placer, para cualquier cosa excepto excluir a otros de ser humanos?

La marcha Mietwahnsinn termina al otro lado del puente, en Kreuzberg, donde, no por casualidad, tiene lugar una pequeña ocupación. Se okupa un piso vacío, se hace un llamamiento para defenderlo, llegan cientos de personas, una oleada de cuerpos apretujados empuja de un lado a otro las exageradas filas de la policía antidisturbios que bloquean el acceso a la puerta. Sólo dura unas horas. Un par de manifestantes ensangrentados, unos cuantos policías heridos y algunos detenidos: lo normal. La locura de los alquileres ha terminado, es hora de volver a casa y prepararse para la próxima manifestación por la vivienda, que ahora se produce más o menos cada semana. Mientras de vuelta deambulo por las calles, junto a la gente que recoge firmas para la campaña de expropiación, pienso en una escena del comienzo de la crisis financiera hace 10 años en Nueva York, cuando unos bandidos colgaron pancartas de las azoteas de los edificios que decían «ocupadlo todo», llamando a ocupaciones generalizadas del espacio privado y público. Pocos años después, ese llamamiento se extendió por todo el país. Pero la ocupación de espacios siempre fue sólo una solución temporal a un problema más profundo. Para reclamar de verdad nuestras ciudades y nuestras vidas de forma que no puedan ser clausuradas por los desalojos policiales o el agotamiento personal, la acción política debe pasar de ocuparlo todo a expropiarlo todo. De lo contrario, será mejor que esperemos a que el tiempo vuelva a ser normal.

Jacob Blumenfeld
Julio, agosto 2019
https://brooklynrail.org/2019/07/field-notes/Expropriate-Everything
Traducción de π


[i] Stein, Samuel, Capital City (Verso, 2019), p. 2.

[ii] Ibíd., p.5.

[iii] Véase también Stein, pp. 2-3: «Hay varias razones por las que el capital está convergiendo en terrenos y edificios: un largo periodo de desregulación financiera, bajos tipos de interés federales y en Estados Unidos la «flexibilización cuantitativa»; programas de urbanización masiva en China, Emiratos Árabes Unidos y varios otros países; una proliferación de fondos de capital depredadores que recorren el mundo en busca de oportunidades de inversión «infravaloradas» y las encuentran en la vivienda; polarización económica en todo el mundo, con individuos extremadamente ricos y algo nerviosos que ven en la propiedad el lugar más seguro para esconder su dinero; y más. Cuando las plusvalías aumentan mientras las tasas de beneficio caen en picado en muchos sectores de la economía antaño dinámicos, el sector inmobiliario se convierte en la última parada de lo que la geógrafa Cindi Katz llama la eterna búsqueda de rentabilidad del capitalismo ‘vagabundo'».

[iv] Para un análisis más económico del «ciclo de retroalimentación vivienda-financiación», véase Josh Ryan-Collins, Why Can’t You Afford a Home? (Polity, 2019). Por ejemplo, p. 123-4: «La demanda de propiedades inmobiliarias se ha vuelto excesiva y especulativa. Los sistemas bancarios de las economías capitalistas modernas ya no se dedican a la actividad que dicen nuestros libros de texto. Se han convertido principalmente en prestamistas inmobiliarios, creando crédito y dinero que fluye hacia una oferta existente y fija de terrenos. Esto hace subir los precios de la vivienda, creando cada vez más demanda de crédito hipotecario y mayores beneficios para los bancos. A través de estos beneficios, el sistema bancario ­­­–y otras instituciones financieras que compran valores respaldados por hipotecas emitidas por los bancos– capitaliza las rentas del suelo procedentes de la subida de precios que sus propios préstamos contribuyen a generar. Este ciclo de retroalimentación vivienda-finanzas ha llegado a dominar las economías capitalistas tardías, exprimiendo la demanda de los consumidores y la inversión productiva, tal y como temían los economistas clásicos cuando la mayor parte de la tierra se destinaba a la agricultura».

[v] Stein, p. 10.

[vi] Stein, p. 48.

[vii] Citado en Samuel Stein, Capital City, p. 49. Véase también p. 58: «Por definición, la gentrificación no puede producirse en todas partes. Es la tercera etapa de un proceso a largo plazo de flujo de capital que entra y sale del espacio: primero viene la inversión en un entorno construido; segundo, la desinversión del barrio y el abandono de la propiedad; y tercero, la reinversión en ese mismo espacio para obtener mayores beneficios. La clave para entender por qué algunos lugares se aburguesan es la cantidad de dinero que un terrateniente –que de hecho tiene el monopolio de todos los alquileres de un espacio geográfico concreto– puede esperar generar de un terreno determinado y del edificio que se construya sobre él. Los especuladores inmobiliarios deciden invertir en un lugar concreto porque identifican un desfase entre los alquileres que ofrece ese terreno en la actualidad y los posibles alquileres futuros que podría obtener si se tomara alguna medida, como desalojar a los inquilinos de larga duración, renovar las propiedades descuidadas o sin estilo, o demoler y reconstruir los edificios.»

[viii] Stein, p. 91.

[ix] Véase: “Berlin Builds an Arsenal of Ideas to Stage a Housing Revolution”, Feargus O’Sullivan, Feb 21, 2019. Mientras escribía estas líneas, el gobierno municipal de Berlín anunció una propuesta de congelación de los alquileres durante cinco años, que entraría en vigor en 2020. Las acciones inmobiliarias alemanas cayeron inmediatamente –para regocijo de los activistas de la vivienda. Véase: “German Property Stocks Fall on Berlin Rent-Freeze Proposal”, Bloomberg, June 6, 2019.

[x] Feargus O’Sullivan escribe en 2018: «La necesidad de nuevas viviendas en Berlín es innegable. El año pasado, 41.000 personas se mudaron a la ciudad, empujando su población más allá de los 3,7 millones de residentes. Para 2030, se espera que esa cifra alcance los 4 millones. Impulsados en parte por la especulación inmobiliaria, los alquileres medios en la ciudad subieron el año pasado un 6%, aún por detrás del coste de compra del suelo, que aumentó un 13,6%. Para gestionar este crecimiento sin que los alquileres suban mucho más allá de la inflación, esta ciudad necesitará 114.000 nuevas viviendas de aquí a 2030. También necesitará otras 77.000 (hasta un total de 194.000 nuevas viviendas) para compensar el retraso acumulado en la construcción de viviendas en los últimos años».

[xi] No hay que olvidar, sin embargo, las nuevas oleadas de acumulación en los centros urbanos de Alemania desde 2009, que a su vez atraen a nuevos trabajadores con la capacidad (esperada) de pagar alquileres más altos. Así pues, el aumento de los alquileres y de los precios de la vivienda no solo procede de un mercado inmobiliario más restringido, sino también de los propietarios e inversores que confían en obtener mayores beneficios de una economía local en crecimiento. Sin embargo, el hecho de que los salarios aumenten o no para hacer frente a los mayores costes es secundario, ya que los inquilinos y compradores acaban pagando de todos modos una parte mayor de sus ingresos –es decir, se ven obligados.

[xii] En palabras de Stein (p. 76), «las fuerzas policiales urbanas actúan como brazo armado del Estado inmobiliario: lo que los planificadores y los responsables políticos promulgan, la policía lo hace cumplir».

[xiii] Aunque el proyecto del campus de Kreuzberg fracasó, Google ha permanecido en Berlín, comprando nuevas oficinas en Mitte.

[xiv] Estos son sólo algunos de los muchos ejemplos de solidaridad mostrados por la gente contra la subida de los alquileres, los desplazamientos y la gentrificación en Berlín –ya sea en relación con un bar colectivo, una panadería local, un centro social, un piso familiar o un parque público.

[xv] Haciendo uso del derecho de tanteo, la ciudad de Berlín compró 32 propiedades en los últimos cuatro años (11 en 2017, y 18 en 2018), que costaron alrededor de 154 millones de euros. La mayoría de los inmuebles estaban en Friedrichshain-Kreuzberg (18) y Neukölln. Ver: Berlin kauft immer mehr Häuser.

[xvi] Engels, The Housing Question (1872) in: Marx & Engels Collected Works, Vol. 23, p. 348 (Lawrence & Wishart, 2010), énfasis del autor del artículo.

[xvii] Para un desglose de todos los grandes propietarios con ánimo de lucro de Berlín que poseen más de 3.000 pisos, véase este detallado estudio de la Fundación Rosa Luxemburgo, Profitmaximierer oder verantwortungsvolle Vermieter? Vea también el informe sobre lo difícil que es averiguar quién es dueño de qué, Wem zahle ich eigentlich miete?

[xviii] ¿Cuántos megapropietarios con ánimo de lucro hay en Nueva York (o en tu ciudad, estés donde estés)? ¿Cómo están organizados y cuáles son sus perfiles? ¿Es posible expropiarlos? ¿Qué haría falta para ello? Dejo estas preguntas al lector.

[xix] Véase también la entrevista con Nina Scholz en este número de Brooklyn Rail.

[xx] Marx, Capital Vol. 1, pp 929-930 (Penguin, 1990).

[xxi] Marx, Capital Vol. 1, p. 929.

[xxii] Stein, p. 196.

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