Reporte de una insurrección

Reporte de una insurrección se desenvuelve en un relato cronológico de lo acontecido en la región chilena que se inicia en octubre del 19 y se cierra en junio, recogiendo las impresiones juntamente con los comunicados, cartas y otros textos, algunos de ellos ya publicados anteriormente.

Este es el índice de contenidos:

11… La batalla de Santiago
28… [Primer comunicado] El derecho de vivir no se mendiga, ¡se toma!
34… [Segundo comunicado] ¡Evade todo!
38… [Tercer comunicado] El momento decisivo: ¡Hermanxs, tenemos derecho a la autodefensa!
41… [Cuarto comunicado] Aviso de utilidad pública: A propósito de la agonía del viejo mundo
43… Carta abierta a Jorge González
49… Primera carta
61… [Quinto comunicado] ¿Es posible salir de la espiral de la violencia?
66… [Sexto comunicado] Cómo (no) organizarse si lo que se busca es subvertir la lógica mercantil y patriarcal del dinero
68… [Séptimo comunicado] Hoy todo es posible
74… [Octavo comunicado] ¡La resistencia es vida!
77… [Noveno comunicado] ¡Nos quieren dar lecciones!
79… Segunda carta
84… [Décimo comunicado] Sabemos que el cambio no está en La Moneda…
87… [Onceavo comunicado] Llamamiento de una liceana
101… El baile de lxs que sobran
145… Tercera carta
158… Todo comienza aquí y ahora
184… Unidad y diferencias en las insurrecciones de Francia y Chile
197… [Doceavo comunicado] No escucharemos más sermones
200… [Treceavo comunicado] ¡El norte de Chile aún resiste!
204… Cuarta carta
208… Quinta carta
215… [Catorceavo comunicado] El cambio no está en las urnas
218… Hacia la Comuna
227… Sexta carta
244… ¡La pandemia no detendrá la revuelta!
244… Coronavirus: Reporte de Chile
248… Coronavirus: Reporte de Francia
255… Séptima carta
267… Octava carta
269… Pueblos del mundo, ¡un esfuerzo más!
293… Novena carta
311… La batalla del 10%

A continuación el Epílogo contenido en el Reporte:

La batalla del 10%

Después de junio todo volvió nuevamente a ser un problema de porcentajes. Y mientras allá arriba aún negocian nuestro destino, sus hordas de mercenarios mantienen bajo asedio al pueblo. Se despliegan por las avenidas como ejércitos para recordarnos que las condiciones del supuesto contrato no han cambiado: por mucho derecho que en este nos concedan ¡ellos mandan y punto! Marchan fusil en mano y a paso firme grabando con balas su mensaje de muerte, intentando borrar cualquier rastro de nuestro brote de vida.

Si antes ya nos sentíamos ahogadxs por la vida, ¿qué nos queda ahora con esta miserable nueva normalidad? ¡Nos rehusamos a ser re-acostumbradxs, re-sometidxs! ¿No ven acaso que nuestra libertad es la libertad de luchar contra su tiranía? La tiranía de los miedosos, de los narcisistas, de los misóginos, de los racionales, de los modernos, de los civilizados, de todos los autodenominados dueños de la verdad. En sus bocas cualquier palabra pierde sentido porque nunca dice lo que realmente quiere decir. Se persignan con un dedo y con el otro aprietan el botón del exterminio masivo: de los campos de concentración a las zonas de sacrificio, su gestión solo se profesionaliza y se vuelve más aberrante.

Sabemos que no van a entender; temen saborear el intenso y desprendido dulzor de la vida que el pueblo trae al presente como recordatorio ancestral. Pero no debemos frustrarnos por eso. Lo nuestro no es convencer; no es llamar a nadie para que se una a un equipo en contra del otro. No nos interesan las sobras de ese pastel envenenado que se reparten a codazos. ¿Segundo 10%? ¿Tercer 10%? ¿8 horas? ¿350.000? ¿10.000? ¿mil millones? ¿Se dan cuenta con cuanta facilidad
nos arrastran hasta su pequeño y perverso mundo de números? Ese mundo de fantasía es el único que conocen; respecto de todo lo demás sobreviven como ciegos, sordos y mudos.

Uno de los más abrumadores problemas para la humanidad que despierta es constatar que ese miasma reaccionario no es más que un puñado de sujetos anclados a lógicas mecánicas, moralistas, chovinistas, racistas, patriarcales, etc. Sobran los adjetivos. Sobran los informes y las declaraciones oficiales de organizaciones gubernamentales y no-gubernamentales; pero aún siguen ahí, sosteniendo la ruina del mundo a punta de cañón. No conocen más que la guerra y la competencia.

Puede que ellos tengan casas y botes, empresas y derechos, comodidades y empleados, tecnologías y religiones, ciencias y géneros, mercancías y museos, puede que hayan acumulado
mucho más fierro, vidrio y plástico que nosotrxs, que cuenten además con la fuerza bruta y la suficiente falta de sentido común como para privarnos de lo más básico: aún así son ellos los pobres. Lo saben, y el terror que significa enfrentarse con ese hecho los carcome por dentro. Salen a la calle a golpear gente desarmada, a destruir lo que no entienden: desconocen el potencial del amor humano. Esparcen en su entorno el miedo que sienten día y noche interiormente. El miedo a no tener el control de sus vidas, a que su líder no lo tenga, a que su Dios no lo tenga: “¡traigan más armas!”, “¡mátenlos a todos!”, “¡dispárenle a alguien o lo haré yo!”. Ninguna de las cosas que crecimos tragando a la fuerza da garantías de nada últimamente.

¿Y qué hay del policía que vuelve a casa agotado, frustrado y bañado en químicos después de haber pasado una jornada entera apaleando personas desarmadas e indefensas? Lo sabremos solo cuando deje su uniforme, cruce al otro lado y nos cuente la historia; cuando su espíritu haya vuelto al cuerpo y el humano que arrastra ese uniforme tenga voz. El dilema surge cuando se tiene en frente la moneda de oro que ofrece el patrón a cambio del alma: controlar a la chusma es una tarea sucia. Lo bueno es que no todo el mundo está interesado en el dinero. Algunos aspiran simplemente a ser parte del grupo, a que se les regale un rápido saludo, una insignia en el hombro o el pecho, se les prometa éxito o el más allá. La cuestión es llenar el vacío. Estas gentes, arrastradas por la inercia auto-destructiva de un medio que no alcanzan siquiera a reconocer, se llenan de simbología económica, eslóganes y teorías de conspiración, pero carecen del más simple sentido de contacto. Veámoslo: cada vez que nuestra comunidad se quiebra es porque este engendro robótico actúa en nombre nuestro dándose ínfulas de “control” y “superioridad”.

Los guardianes de ese orden comen bien; delinquen resguardados por la justicia democrática; han visto tantas veces la película que el guión de la vida lo saben de memoria; tienen lo que quieren y se les ofrece siempre un poco más que al resto. Si el ciudadano-consumidor promedio hace las veces de zombie, el policía es un robot. En ambos casos el contenido humano ha sido intercambiado por un estatus en la escala social y una oferta muy tentadora de ascender, aunque sea solo un peldañito más. ¡Pero este juego es solo para valientes que no temen pasar por encima de todo el resto! Sus héroes populares, sus presidentes, sus influencers y gurús ideológicos, cuyo comportamiento basal es el de un bully, son una prueba de esto. Es contra estos abusadores profesionales que se levanta la humanidad.

Aún así, toda esa pequeña pero ruidosa y fundamentalmente agresiva masa de sujetos no logra hacernos decaer. El potencial humano que intentan lobotomizar ha latido siempre y seguirá latiendo hasta que no lo haga más. ¿Quién se atreve a zanjar el futuro de nuestro trascendental programa?, ¿quién puede garantizar que recuperaremos nuestra vida?, ¿que dejaremos de vivir con miedo y sometidxs?, ¿que construiremos un mundo mejor?, ¿que nos reencontraremos amablemente con la naturaleza que nos sostiene?, ¿que nos permitiremos danzar a su ritmo?

Solo podemos andar nuestro camino re-apropiándonos de nuestras vidas. Para esto no necesitamos darle ninguna pelea a ellos; el poder que tienen es el que nosotrxs les damos.
Dejémoslos solos en sus alegatos vacíos hasta que por fin reconozcan lo monocromático de su tono existencial. Si no lo quieren ver, allá ellos. Nosotrxs seguiremos intentando la comunidad humana. No importa si es en Chile o en Ecuador, si es en Minneapolis o Hong Kong, en Francia o Sudán, en Bielorrusia o Thailandia, en Kirguistán, Nigeria o el Líbano; hace 10, 60, 100, 500 ó 5000 años; ¡somos la misma humanidad despertando!

Y es cierto que en todas partes nos enfrentamos con lo mismo: represión, violencia, miedo, alienación, ignorancia, tragedia, comedia, farsa, etc. Pero nuestra lucha no se ve confinada a un simple y artificial enfrentamiento por mucho que la narrativa del poder se empeñe en probar lo contrario. Somos mucho más que una pelea callejera. Es en los muros de las ciudades, y no el noticiario nocturno, donde se encuentra nuestra historia: nuestras manos los construyeron y nuestros espíritus los escribieron, dibujaron y pintaron. El lenguaje que hablamos es más viejo que las palabras; lo hablan las plantas y los animales, las chamanes y lxs niñxs.

¡No tenemos miedo! Y eso es justamente lo que ellos temen, su miedo a lo desconocido los paraliza. El peligro que enfrentamos es dejarnos invadir por su sentimiento avaro, por su competencia mortífera: cuando no confiamos en nuestras propias capacidades nos estancamos. ¿Acaso olvidan que el cuento de las castas y los elegidos es tan viejo como el hilo negro?
¿Creen que no lo conocemos bien? Nos lo cuentan nuestros antepasados por medios que no caben en su racionamiento. El problema no es tanto tener mala memoria como carecer de una propia. De pequeños se nos van podando los sentidos, la mirada y el corazón, al mismo tiempo que se amplifican la ansiedad, el odio y la codicia. Desde el comienzo de la historia este mundo vive bajo la amenaza de un Apocalipsis que no es sino el que nosotros mismos regentamos. Cada vez que nuestra atención se pierde en la marea de mercancías, como borregos recreamos esta falta de autoestima fatalista en nuestro pequeño universo social, en nuestras relaciones “sexo-afectivas”, en nuestras organizaciones y nuestro arte. Aquí es donde decimos ¡basta! ¡La vida puede mucho más! ¡Nuestra sed exige ser satisfecha, y ellos nos roban el agua! Es evidente para cualquiera que haya vivido en carne propia esta insurrección que nuestro impulso de vida trasciende todas las viejas y oxidadas formas y formatos sociales. Trasciende el formateo mismo. Y eso, simplemente, es algo que no admite definiciones facilistas, ¡hay que vivirlo!

Nuestro impulso humano va un paso adelante del policía, ya sea el que nos pone la rodilla al cuello o el que llevamos dentro día y noche. Sabemos que esta es una lucha interior, una lucha de la vida cotidiana, una lucha material, una lucha ancestral, una lucha humana. Sabemos que hay que salvar los bosques, mares y glaciares de la demencia petrolera; sabemos que la producción de armas debe detenerse completamente; que el poder absurdo y aparentemente absoluto que concentran algunos pocos descerebrados que abandonaron el sentido común debe explotar; sabemos que la racionalidad limitante de la mente patriarcal ha dominado por miles de años y debe claudicar; y sabemos también que no basta con “saber”, que no basta con repetirse las cosas al ritmo de la canción preferida. ¡Nuestro programa vital se realiza en actos!

Quien haya ido a la plaza este primer aniversario del 18 sabe que el aire que se respiraba ya no era el de octubre. La peste cayó como recordatorio de que el trabajo es aún más profundo, la determinación que se requiere aún más radical, la constancia en la lucha aún más persistente, la creatividad aún más abierta, el horizonte aún más allá de lo que aparecía ayer. El “acuerdo por la paz” terminó en cuchillazos, en rencillas, en sermones y aleccionamiento. No falta bando para nadie: cada cual puede encontrar un nicho desde el que disparar. Hay movimientos masivos, y esos movimientos nos recuerdan las aspiraciones y limitaciones de la humanidad, ¿qué tanto más habría que calcular? El gesto es uno solo cuando les amantes no tiene dudas. En ese aire germinaba nuestra revuelta; no en el de la competencia.

He aquí algo que el nivel de consciencia actual tiene dificultades en asimilar: entre nosotrxs pueden convivir tranquilamente uno que ondea la bandera de Chile y uno que la quema en el suelo. Su celebración conjunta trasciende el problema que plantea cada parte por separado. Mientras para unos evoca una profunda confusión, para nosotrxs esta contradicción conforma un todo poético que caracteriza al movimiento humano que nos impulsa e impulsamos.

Así avanzamos, nuestro color es el del viento. Mañana algunas de nosotras irán a votar, otras tantas no; algunas votan por primera vez mientras que otros ni siquiera saben leer. A más de algunx la situación le parece fundamentalmente decepcionante o repetida. Habrá también quien vota con esperanza. De lo que estamos segurxs es de que la vida no transcurre al ritmo de las elecciones. Nuestra pasión no cabe en el montaje de sus urnas. Quien prepotente o moralistamente juzga en función de un voto, solo reproduce la actitud de aquello que nos mantiene estancadxs. Hoy padecemos y nos duele esta división porque aún vive fresco en nosotrxs el sentido de continuidad y cohesión que vivimos en una época reciente pero anterior. En el trayecto entre “evadir” y “aprobar” el horizonte se nos aplanó, confirmando el poder anestésico de la política.

¿Podrá la resaca que acompaña la borrachera democrática hacernos olvidar el sabor vital de la revuelta? Por supuesto que no. ¿Podrá quizá inaugurar un nuevo periodo de estupefacción y amnesia que postergue una vez más nuestro esfuerzo? Es posible, tampoco tenemos miedo de aceptarlo porque conocemos esa rutina. Es urgente que el potencial humano despierte antes de que su sentido de derrota lo supere completamente, pero nuestro aliento no se apura: cuando la humanidad realmente despierte la celebración no tendrá fin.

Después de este periodo un nuevo mundo se despliega ante nosotras; recién empezamos a reconocerlo. ¿Que nos trae de bueno? ¿Qué hemos aprendido? El ejército chileno lamenta que se haya pintado su monumento de color rojo, el pueblo lamenta y llora que el ejército tiña de rojo las calles con la sangre de quienes luchan por un mundo mejor. La sed sigue sin calmarse, y el agua la siguen robando y contaminando.

Octubre va a volver, más temprano o más tarde. Se va a llamar octubre, mayo, enero, abril o diciembre. Se va a llamar jueves, primavera o invierno. Será todos los días, semanas y meses del año porque volverá para quedarse. Deberá hacerlo si la humanidad aspira sobrevivir este autodestructivo destino con el que se casó. El potencial de la comunidad humana está aún por realizarse.

A todxs lxs caídxs y mutiladxs en esta lucha por la vida.
A lxs que sueñan despiertxs con otros mundos y hacen
del aquí y ahora su momento oportuno.
¡MARICHEWEU!
¡Diez, cien, mil veces ven-seremos!

Evade Chile, 24 de octubre 2020

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